Biografía: Charles Baudelaire (Paris 1821 - 1867)
Poeta
francés. Huérfano de padre desde 1827, inició sus estudios en Lyon en 1832 y
los prosiguió en París, de 1836 a 1839. Su padre adoptivo, el comandante
Aupick, descontento con la vida liberal y a menudo libertina que llevaba el
joven Baudelaire, lo envió en un largo viaje a las Antillas entre 1841 y 1842
(según algunas fuentes, podría haber llegado también a la India). De regreso en
Francia, se instaló de nuevo en la capital y volvió a sus antiguas costumbres
desordenadas.
Empezó
a frecuentar los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París
con sus relaciones con Jeanne Duval, la hermosa mulata que le inspiraría
algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías. Destacó pronto como crítico
de arte: el Salón de 1845, su primera obra, llamó ya la atención de sus
contemporáneos, mientras que su nuevo Salón, publicado un año después, llevó a
la fama a Delacroix (pintor, entonces, todavía muy discutido) e impuso la
concepción moderna de la estética de Baudelaire. Buena muestra de su trabajo
como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus
apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico
(1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.
Fue
además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la
opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis
de un arte nuevo. En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del
que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés),
alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que
persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus
distintos esbozos de obras teatrales.
Comprometido
por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores
del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en
torno a su persona. Los poemas (las flores) fueron considerados «ofensas a la
moral pública y las buenas costumbres» y su autor fue procesado. Sin embargo,
ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de
trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en
1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.
El
mismo año de la publicación de Las flores del mal, e insistiendo en la
misma materia, emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa,
editados en versión íntegra en 1869 (en 1864, Le Figaro había publicado algunos
textos bajo el título de El esplín de París). En esta época también
vieron la luz los Paraísos artificiales (1858-1860), en los cuales se
percibe una notable influencia de De Quincey; el estudio Richard Wagner et
Tannhäuser à Paris, aparecido en la Revue européenne en 1861; y El
pintor de la vida moderna, un artículo sobre Constantin Guys publicado por
Le Figaro en 1863.
Pronunció
una serie de conferencias en Bélgica (1864), adonde viajó con la intención de
publicar sus obras completas, aunque el proyecto naufragó muy pronto por falta
de editor, lo que lo desanimó sensiblemente en los meses siguientes. La sífilis
que padecía le causó un primer conato de parálisis (1865), y los síntomas de
afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia
en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur.
Trasladado
urgentemente por su madre a una clínica de París, permaneció sin habla pero lúcido
hasta su fallecimiento, en agosto del año siguiente. Su epistolario se publicó
en 1872, los Journaux intimes (que incluyen Cohetes y Mi corazón
al desnudo), en 1909; y la primera edición de sus obras completas, en 1939.
Charles Baudelaire es considerado el padre, o, mejor dicho, el gran profeta, de
la poesía moderna.
Los poetas de la modernidad
El
escritor, hasta el siglo XIX, era un ser respetable y normalmente sofisticado,
de elevada posición social y alto nivel de cultura, que cultivaba el arte para
mayor gloria de Dios y de los hombres. Los mecenas, nobles, príncipes, aristócratas,
financiaban a los artistas y sus obras. El capitalismo acabó con todo eso. El
capital tiene como fin en sí mismo multiplicarse, engendrar plusvalía,
acumular, una dinámica reñida con el despilfarro y el ocio. La producción artística
pasa a tener un valor de cambio y no ya solamente valor de uso como antes. Y no
solamente el arte se mercantiliza sino que la nueva situación envuelve al
artista, que pasa a depender del valor de cambio de sus creaciones. Junto a él,
y a veces por encima de él, aparecen las editoriales, los agentes literarios,
las galerías de arte, los derechos de autor, la propiedad intelectual, esto es,
las fábricas de la cultura que pretenden extraer una rentabilidad de los
capitales invertidos.
En
el siglo XIX aparecen los primeros autores que escriben por un nuevo motivo,
que es el de ganar dinero, que firman contratos a destajo, a tanto por palabra,
que deben escribir día y noche paga pagar sus deudas y que deben entregar sus
cuartillas repletas en la fecha fijada. Desprovista de sus ropajes, hoy tan
mitificados, la modernidad no es más que una visión mercantilista de la
literatura. Lo que se hizo impostergable con la modernidad fue la conversión de
la poesía en mercancía, traficar con los versos. Para cobrar derechos de autor
hay que ser original y es sólo por eso que la modernidad literaria no quiere
copiar y tiene que innovar como cualquier otro negocio. Y si hay algo que
vende, que resulta inmensamente atractivo, es ese concepto de la vida bohemia,
ese disfrute de la decadencia, la perversión y el morbo por persona
interpuesta, que tan bien se ajusta al voyeurismo moral. Las vanguardias no son
más que una consecuencia del afán mercantilista de renovación de la maquinaria
cultural, el incremento de la fabricación artística, el aumento de su
productividad. Alcanzamos así a otro componente de la modernidad, que es la
artificiosidad, que es el punto de llegada no sólo de las exigencias
productivas capitalistas en el ámbito de la cultura, sino también de la
exacerbada subjetividad del artista que, igual que el capitalismo, debe
reconstruir la naturaleza a su imagen y semejanza. El artista impone su versión
del paisaje lo mismo que el capitalismo lo sepulta bajo las vías férreas o lo
horada con negros túneles. Y a pesarde que recrea el entorno, el artista se
siente enfrentado a él hostilmente. El mundo que le rodea no le gusta.
Mientras,
de manera cínica y desvergonzada, nos hablan del arte por el arte y rehuyen
como al peste cualquier asomo de finalidad cognoscitiva, ética o didáctica en
la creación cultural.
La
imagen maldita del artista es sin duda expresión de su desamparo (más económico
que otra cosa), forzado a llevar una vida de marginado, más cerca del lumpen
que de la aristocracia. Ciertamente esa es la imagen que presentan los
literatos del siglo XIX (Dickens, Balzac, Dostoyevski), acuciados por graves
problemas económicos, perseguidos por sus acreedores, siempre al borde del
desahucio.
Malditismo
y mercantilismo no son conceptos antagónicos. Pero para romper esa imgagen
mitificada hay que subrayar que todos esos escritores eran malditos a su pesar,
"cortesano de rentas escasas", como se autodefine Baudelaire.
En realidad quieren ser aristócratas, príncipes absolutos, pisar mullidas
alfombras y frecuentar la alta sociedad. Su desgarro interno es que no pueden
pasearse por los salones cantando a las prostíbulos, los hospitales y los
presidios, que es el mundo que frecuentan, el único que conocen. Porque su
amada aristocracia concibe a los poetas malditos como los malditos poetas.
Brota
en aquel momento una escisión desde entonces repetida hasta la saciedad en la
literatura: yo y el mundo como dos entes antagónicos y enfrentados. Esta
reducción del arte a una crónica de los estados anímicos del omnipresente yo,
que no es más que una expresión de individualismo exacerbado, se describe hoy
como una forma de inconformismo, e incluso de rebeldía. Y en muchos de ellos
hay una descripción minuciosa e incluso una crítica a la sociedad burguesa
desenvuelta en hermosas páginas.
Llegados
a este punto quizá sea bueno recordar que, como Marx demostró, "las
ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época", a
lo que el alemán añadió: "La clase que ejerce el poder material en la
sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene
a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al
mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se
le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen
de los medios necesarios para producir espiritualmente". Ahora bien,
continuaba Marx, la división del trabajo también existe dentro de la clase
dominante, separa a los productores físicos de los productores de esas ideas
dominantes, hasta el punto de que "Puede incluso llegar a ocurrir que,
en el seno de esta clase, el desdoblamiento a que nos referimos llegue a
desarrollarse en términos de cierta hostilidad y de cierto encono entre ambas
partes" (La ideología alemana).
No
es el caso de Baudelaire, y de otros como él, quienes se lamentan de que los
académicos y los críticos no sepan valorar sus creaciones, porque es consciente
de genialidad, de la revolución poética que está iniciando. En el texto
mencionado Marx decía también que el progreso de la sociedad hace que imperen "ideas
cada vez más abstractas". Y este sí es el caso de Baudelaire, uno de
los más conspicuos impulsores del arte por el arte. Este principio que comienza
a desarrollarse en Francia a mediados del siglo XIX sí es una novedad histórica
dentro de las teorías estéticas, desprovisto de cualquier objetivo extrínseco a
él mismo de tipo moral, político, social o pedagógico. El arte -dicen Gautier y
Baudelaire- no es un medio para lograr algún fin predeterminado, sino que es un
fin en sí mismo.
Esta
abstracción se viene abajo a la primer embite: aunque Baudelaire presenta su
creación como arte puro, los académicos y los críticos no le admitieron en el
selecto foro de los consagrados, precisamente porque consideraron que distaba
mucho de resultar "puro". El poeta sigue colisionando con su
entorno porque la burguesía aún no estaba preparada, carecía de los
instrumentos ideológicos para asimilar la miseria como componente del arte.
Estos pensaban, como aquí pensaba también Valera, nuestro paladín del arte
puro, que lo que había que lograr era embellecer la realidad sacando del arte
los espectáculos purulentos que yacían en ella. Así quedaban delineadas las dos
posiciones artísticas "puras" de la burguesía frente a la
miseria y las lacras capitalistas: o bien se ocultaban los trapos sucios, o
bien se decía que eran limpios. Esta segunda fue la posición de Baudelaire.
Como
buen explorador urbano, Baudelaire decía haber encontrado belleza en lugares
que los demás rehuían. El poeta parisino le demuestra a la burguesía que esas
zonas oscuras de descomposición y desesperación también existen bajo el
capitalismo, y que como no se pueden ocultar, lo mejor es afirmar su encanto.
Es más, quizá sean el motivo estético por antonomasia del capitalismo, lo
verdaderamente bello. A diferencia de otros literatos, realmente críticos con
las lacras sociales de su tiempo, él fue el primero que cultiva asuntos
literarios exquisitamente putrefactos, el primero que se regodea, que se recrea
en una decadencia estética perfectamente estudiada.
Si
bien se mira, Baudelaire no es muy diferente de nuestros Mesonero Romanos, Estébanez
Calderón o cualquier otro costumbrista español de la época. Él mismo se
autodefinía como "pintor de la vida cotidiana". Tiene en común
con ellos la superficialidad de la descripción urbana; le diferencia sus
pretensiones ideológicas que, sin embargo, son igualmente superficiales.
Baudelaire no hace más que poner en verso las ideas de un filósofo tan
reaccionario como mediocre como era De Maistre.
Desgarrado
él siempre, tenía un pie versallesco y otro suburbial. Deambulaba por los prostíbulos
pero soñaba con ser un prócer de las letras. Baudelaire transformó al romántico
en un gótico, un personaje enclaustrado, incomprendido, dandy, despreciado por
el rey burgués. Rompiendo los esquemas literarios anteriores, con Poe y con él
la literatura comienza a poblarse de antihéroes, de personas que deambulan por
las calles con sus sueños rotos. Los personajes románticos eran fuertes, enérgicos,
decididos, invulnerables; no había obstáculo capaz de resistir su empuje. El
personaje gótico es el símbolo de la impotencia, derrotado por todas las
batallas, abatido por los reveses cotidianos. En definitiva, una clase social
poderosa y dominante, aunque reducida numéricamente, que deriva su fuerza de
una expropiación de la vitalidad y la fuerza de todos los demás, de la inmensa
mayoría. El expolio capitalista no sólo está en la producción, sino en la política
y seguramente también en todas las facetas de la vida, hasta en las más íntimas
y personales.
De
ahí que Baudelaire nos hable de los "lisiados de la vida" y
que entre ellos incluya a la mayoría, a casi todos. Pero su diagnóstico, una
vez más, no es certero: no es "la vida" la que nos sume en la
impotencia sino aquellos que manejan sus resortes, aquellos que acaparan el
poder para sembrar impotencia, desengaño, frustración.
La poesía de Baudelaire
Baudelaire
está considerado como uno de los más grandes poetas del siglo XIX, por la
originalidad de su concepción y la perfección de la forma. Es sin duda el poeta
de la modernidad francesa. Más que ningún otro de su tiempo, representa al
poeta de la civilización urbana contemporánea.
Con
él la poesía empieza a liberarse de las ataduras tradicionales y despliega
nuevos conceptos de creación poética, iniciando una fase diferente, que llega
hasta nuestros días.
La
literatura francesa se hallaba en el segundo cuarto del siglo XIX, en un
momento de transición todavía presidida por la gigantesca figura de Víctor
Hugo, uno de los grandes románticos, aunque junto a él se desarrollaba una
nueva tendencia, cuyo máximo representante era el poeta Leconte de Lisle
(1818-1894), el guía del circulo parnasiano, cuya influencia sobre Baudelaire
fue notable. La antología El Parnaso, publicada por el editor Lemerre en 1866,
que da el nombre al grupo de poetas de Leconte de Lisle, contiene algunos de
los poemas de Las Flores del mal.
La
originalidad de Baudelaire, sin embargo, le hace merecedor de un lugar al
margen de las escuelas literarias dominantes en su época, ya que es él quien
inicia el abandono de las formas poéticas hasta entonces predominantes. Las
tendencias que inauguró Baudelaire pueden resumirse en el criterio de la
depuración del sentido poético, en el misterio de los conflictos íntimos o en
la angustia de la búsqueda de combinaciones de fenómenos sicológicos que
desembocan en una expresión poética cargada de significaciones múltiples y
llena de infinitas sugerencias. En particular, rompe la diferencia entre la
poesía y la prosa con sus "Pequeños poemas en prosa",
verdadera revolución en las formas líricas que ni siquiera Verlaine ni Rimbaud
supieron valorar.
Baudelaire
reacciona contra el romanticismo. Él no admite la inspiración, ni la imaginación,
ni la improvisación. En este aspecto, como en otros, es un clasicista. La poesía
es un ejercicio, un esfuerzo, un trabajo sistemático, equivalente al de un
paciente artesano violcado permanentemente en pulir sus versos. Su obra es un
esfuerzo por desembarazar la poesía de todo ornamento vano y una proyección
para alcanzar el ideal de la pureza poética, prestando especial atención a la métrica
y a los aspectos formales. Poseía un sentido clásico de la forma, una
extraordinaria habilidad para encontrar la palabra perfecta y un gran talento
musical.
La
obra de Baudelaire ha dejado un aporte positivo, paradigma de verdad poética,
de selección estética, de culto de la expresión simbólica, y de rigurosa
elaboración de la palabra en cuanto vehículo depurado de la expresión
literaria, que equivale a superación de la dicción elocuente y retórica.
El
poeta parisino representa la reivindicación lírica de la palabra, una técnica
depurada en la elaboración de las imágenes y el rigor estético de la composición
que habría de tener una proyección futura incalculable. Se extinguía una
concepción del arte poético desprestigiada por la degeneración del
romanticismo, advertible en el desborde confidencial y sentimental, o en la
poesía descriptiva y penetrada de la elocuencia bastarda, con ausencia de rigor
formal y de selección estética.
Un
contenido de nueva creación y de angustiosa originalidad emergía de los poemas
de Baudelaire, palpitantes de tragedia íntima y de nuevos acercamientos a la
vida. El poeta pule un nuevo universo lírico, la sinestesia, una combinación de
imágenes y sensaciones desajustadas de su normal producción en la naturaleza.
La audición coloreada, la visualidad audible o multitud de otras combinaciones
de sensaciones provenientes de todos los sentidos, se reunían, como diría el
propio Baudelaire, en "una metamorfosis mística de todos mis sentidos
fundidos en uno solo".
Una
nueva concepción de la palabra se inaugura entonces. Si para el lenguaje común
la palabra sigue siendo expresión de la cosa o de la idea, en el poeta ese
valor de significación se transforma en un valor sugerencial, gracias al juego
de combinaciones que el arte hace posible con sonidos y sensaciones inesperadas
que brotan de las palabras. Todo ello pudo ser vislumbrado por los grandes
exponentes de la poesía anterior, pero sólo empieza a adquirir una sugestiva
formulación y un culto intensivo a partir de Baudelaire.
En
su estética literaria Baudelaire proponía la desaparición del yo en el poema,
es decir, la sustitución de la presencia personal del autor por la pura lógica
interna de la obra regida según su ley compositiva. A partir de Baudelaire ya
no se hablará más del poeta sino de la poesía misma. Es una estética dominada
por el esencialismo, la concepción de un arte literario depurado de prosaísmos
y estímulos de circunstancias extrañas a la función creadora. A ello se sumaron
sus creaciones de técnica y la rigidez gramatical.
Su
gusto por la sinestesia también proviene del misticismo, el ocultismo y el
sincretismo. Las sensaciones nos revelan lo oculto. La unidad de la naturaleza
se demuestra en que a cada olor le corresponde un sonido y un color. El soneto "Correspondencias"
contiene toda la teoría sinestésica que, aunque inconscientemente practicada
por los grandes exponentes de la poesía universal, van a desarrollar los
parnasianos y simbolistas de la segunda mitad del XIX.
Las Flores del mal (Les Fleurs du mal)
Es una colección de poemas de
Charles Baudelaire. Considerada la obra máxima
de su autor, abarca casi la totalidad de su producción poética desde 1840 hasta la fecha de su primera publicación.
La primera edición constó de
1.300 ejemplares y se llevó a cabo el 23 de junio
de 1857. La segunda edición de 1861
elimina los poemas censurados, pero añade 30 nuevos. La edición definitiva será
póstuma, en 1868 y, si bien no incluye los poemas
prohibidos, añade algunos más. En esta versión consta de 151 poemas. La censura que recayó sobre algunos de
sus poemas no será levantada en Francia hasta 1949.
Las Flores del mal es considerada una de las obras más importantes de la
poesía moderna, imprimiendo una estética nueva, donde la belleza y lo sublime
surgen, a través del lenguaje poético, de la realidad más trivial, aspecto que
ejerció una influencia considerable en poetas como Paul Verlaine,
Stéphane Mallarmé o Arthur Rimbaud.
El título
El libro debió llamarse en
principio Los limbos o Las lesbianas, pues la intención primitiva
era la de escribir un libro sobre los pecados capitales; aunque Baudelaire
renunció a ello siguiendo los consejos de un amigo.
El título Las Flores del
Mal es hallazgo, contradicción, ironía. Desde muy antiguo se hacían retóricamente
flores de la juventud, el amor, su perfume exótico, su poesía ponzoñosa. El
nombre, como suele ocurrir, no era del todo suyo. Sea como sea, es un
nombre rico, cromático, evocador. Esta lleno de sentidos.
Las flores del mal tenían,
además, lejanos e ilustres antecedentes literarios: en Dante Alighieri, en los
barrocos, en Shakespeare, en Milton. Se originaban en remotas mitologías. Eran,
en realidad, un tópico, una constante simbólica.
Condena
por su publicación
El
20 de agosto de 1857 es acusado de ultraje a la moral pública, por lo
que se ve obligado a quitar seis de sus poemas. Hemos de tener en cuenta que
Baudelaire, a raíz de esta condena, se decide a cultivar otro género literario
que él califica «más peligroso todavía que el poema en verso», el poema
en prosa, del que nacerán Los pequeños poemas en prosa, o Spleen
de París. La condena por la publicación de las Flores del mal es un caso
controvertido. Muchos de los poemas aparecidos en este libro ya los había
publicado Baudelaire en diversos periódicos sin penalización alguna. Pero la
contradicción reside en la política ambigua contra ciertos escritores durante
el gobierno de Napoleón III. En un principio la multa fue de 300 francos,
reducida luego por la emperatriz a 50 francos, cuando por la publicación de los
mil cien ejemplares de las Flores del Mal cobró una octava parte del precio de
catálogo, o 25 céntimos (el doble que por la traducción de cinco volúmenes de
Edgar Allan Poe, que hizo entre 1856 y 1865): lo que se resume a un cobro de
275 francos menos la multa inicial reducida a 50. Además del cobro de 2500
francos -sueldo medio anual de un funcionario- de ayuda a la creación
literaria, o el subsidio por enfermedad, para sufragar los gastos de la clínica
en París
Los
versos
Baudelaire
se aleja mucho de los versos matemáticamente medidos de los parnasianos. En vez
de tallar la poesía con exactitud geométrica, la suya se desliza, ondea, vibra
según el espíritu que la inspira. El metro no es nada per se, sino un
reflejo del sujeto, del ánimo que lo templa.
La métrica: predominan los octosílabos y los endecasílabos
agrupados flexibles, elásticamente en cuartetos y sonetos libres. Rimas
constantes, plenas, sonoras. Búsqueda deliberada de la musicalidad que a veces
parece susurrar misteriosa, sobriamente, y otras se eleva estridente con timbre
metálico; propósito indudable de que cada verso sea en sí mismo, música
ondulante, atornasolada, cargada de afinidades y de presagios.
El
lenguaje
Las
Flores del mal están escritas en un francés no muy distinto al que empleaban
los mejores románticos coetáneos. El léxico arraiga en los clásicos de los
siglos VII y VIII: culto, depurado, suntuoso, propenso a lo barroco, perfumado
de reminiscencias y versos latinos, y a la vez contrastado por voces populares
y coloquialismos. Es una lengua noble, rica, altiva en la que pronto estalla (y
esto es lo Baudeleriano), como una rara blasfemia, la injuria rufianesca.
La escritura: cumplía la
función de cura personal, de la sucesiva transformación de sí mismo. Además de
escribir a partir del ser, el ser se forjaba en él a partir de lo escrito.
Baudelaire no escribía para su tiempo. Solo después de su muerte, la obra poética
de este desplegó su importancia y fue consagrada hasta alcanzar el lugar que
hoy ocupa. Y si antes fue el poeta maldito, eludido, esquivado, silenciado, hoy
es el poeta obligado.
La
Belleza y la ciudad.
Baudelaire
abrió nuevos filones para la poesía. Descubrió materias hasta entonces vedadas
en el arte, la ciudad, la bohemia y el hastío, temas hasta entonces ocultos,
silenciados, lo que le valió la censura académica.
Ese
descubrimiento radicaba en que hasta entonces la poesía se había centrado en lo
bello (sólo de lo bello podía brotar belleza) mientras él pretendió demostrar
que también lo feo tenía relación con la estética.
Si
para los románticos la belleza era tomada de la naturaleza, para Baudelaire el
arte supera a la naturaleza porque en él "queda transformada por la
imaginación donde es corregida, embellecida, refundida". Mientras el
romanticismo exaltaba la naturaleza salvaje, Baudelaire habla en ocasiones de
elementos de la naturaleza sólo como imágenes y símbolos de otro tipo de
realidades de tipo espiritual.
Su
auténtica fuente de inspiración es la ciudad, sus calles ("laberintos de
piedra"), sus habitantes anónimos, sus miserias humanas, sus placeres y
sus sueños. De la ciudad se interesa por las viviendas, por las habitaciones,
los muebles, las cortinas y la decoración interior.
Baudelaire
retrata la vida y las cosas cotidianas de la ciudad de una manera cruda y
descarnada. Vivir en la ciudad es como estar en el centro del mundo y ser
invisible al mismo tiempo. París aparece como una ciudad abstracta: no describe
lugares concretos, ni fechas, ni nombres de personas. Todo es anónimo,
cualquiera es una viuda solitaria o, lo que es lo mismo, todos somos como
viudas solitarias. La ciudad es el punto de encuentro entre la multitud y la
soledad: "Quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio
de una atareada multitud".
El
París beaudelairiano es, por así decirlo, una ciudad minada, una ciudad
desfalleciente, endeble. No hay allí nada bello. Para París, incluso los seres
elegidos son decrépitos.
Su
literatura destila incomunicación; no hay diálogo sino un sordo e inacabable
monólogo que brota de sus entrañas. Sus personajes no hablan nunca entre ellos
y, la mayor parte de las veces, el personaje es uno sólo, aislado. Él tampoco
habla con ellos, no se dirige a ellos, no se acerca; sólo los observa y los
mira desde lejos. No admite reciprocidad, no tolera que le vean a él, busca el
anonimato mientras quiebra la intimidad de su cobaya. De ese modo, por un lado,
se siente superior y, por el otro, transforma a su perseguido en un objeto.
De
Poe toma Baudelaire el culto de la noche y, en definitiva, el gusto por lo
decadente, por la estética enfermiza. El poeta parisino descubre en el desierto
de la gran ciudad una belleza decrépita. Para él la ciudad es hospital,
purgatorio, celda, infierno y prostíbulo; la gran ramera "donde todo lo
atroz como una flor florece" ("Epílogo a Pequeños Poemas en
Prosa"). La belleza es desgraciada y el mejor ejemplo de belleza viril es
Satán. Las cortesanas y bandidos también proporcionan placer, aunque el profano
ordinario no los sepa apreciar.
El
individuo de Baudelaire es un sujeto divido entre Satanás y Dios, atraído con
idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico, y de esta naturaleza derivan sus
experiencias más sublimes y más sórdidas. En lugar de escindir las relaciones
entre el amor y el mal, en él aparecían mezclados, lo que la moral burguesa no
podía admitir:
"Afana
nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error
y, como los mendigos alimentan sus piojos,
nuestros remordimientos, complacientes, nutrimos".
la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error
y, como los mendigos alimentan sus piojos,
nuestros remordimientos, complacientes, nutrimos".
El
hombre sólo es él mismo en el punto extremo de máxima tensión entre el bien y
el mal. El poeta desgarrado por esa contradicción busca la unidad a través de
la analogía. La naturaleza es un crucigrama que debemos descifrar, un jeroglífico
a desvelar. La labor del artista no es diferente de la del traductor. Su
sincretismo pone en primer plano las relaciones entre los objetos. El lenguaje
poético debe ser capaz de enlazar ese "bosque de símbolos". Las percepciones
pueden llevarnos a penetrar en lo oculto.
La
fascinación de Baudelaire por el tema del pecado original y de la redención por
el trabajo, el sacrificio y la oración, así como su horror hacia faltas como la
apatía, la dejadez, la relajación de las costumbres.
Hay
una búsqueda activa de posesión de su propio yo, para la cual las drogas, el
juego y las prostitutas le ofrecerán inmejorables ocasiones de profundizar. Y ésta
es una búsqueda que no admite descanso; el dandy es un ser en eterna vigilancia,
necesita todas las horas del día y todos los días del año para no hacer nada,
para no distraerse en algo que podría sacarle de su propio yo. Es la moral de
la no-realización, de la insatisfacción permanente, ya que el no hacer nada no
tiene final posible, es un continuo derroche sin fin. El hastío proviene de la
conciencia de la imposibilidad de cualquier progreso futuro.
De
Edgar Allan Poe toma el fatalismo, otro de los rasgos de la modernidad, y el
sentido de irreversibilidad del destino. Pero no sólo por Poe: en realidad
Baudelaire nació en una época marcada por el pensamiento determinista y
positivista. El dandismo precisamente es una reacción ante ello, una búsqueda
del dominio sobre sí mismo, de una posesión completa sobre sí mismo.
Hay
una fuerte afinidad artística entre Baudelaire y Richard Wagner, el gran músico
y escritor romántico alemán. Tanto el autor de Las Flores del Mal como el de El
anillo de los Nibelungos pertenecieron a una época similar: las postrimerías
del romanticismo. Baudelaire refuerza su concepción del símbolo artístico en
Wagner. Wagner actualiza la mitología nórdica. La fantasía, el misterio y el
enigma unió almas contemporáneas como las de Baudelaire y Wagner, a los que
habría que sumar a Poe. Surge la nostalgia de países lejanos y quiméricos como
la Germania, la Escandinavia, y el vasto Oriente. Su obra se caracteriza por
una búsqueda de lo exótico y de lo lejano en el tiempo y en el espacio, con lo
que sus poemas hacen continuas referencias a culturas desaparecidas, en especial
la griega. Se trata de una poesía dirigida a círculos intelectualmente selectos
y pensada independientemente de cualquier finalidad moral o social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario